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La creatividad es un aspecto del hombre que lo aproxima a lo divino, y la arquitectura es una de las expresiones mas elevadas de la misma. La eternidad es implícita al hombre y lo divino la esencia de su ser. El cuerpo físico y las expresiones materiales son el ámbito de las formas, y como tales, de lo finito. Todo proceso revela el principio esencial, porque el principio y el proceso son inseparable.

MÁS ALLÁ DE LAS FORMAS

 

Dios es el principio, la creación es un proceso. Ser parte de la creación, como arquitecto, es una gracia divina que nos permite acceder desde lo eterno al mundo del pensamiento que se convierte en forma habitable. El acto creativo alcanza una dimensión trascendente cuando somos capaces de detenernos y acceder a nuestro espacio interior, y desde allí al mundo de las formas, donde la conciencia de la creación se hace presente en las personas, en el sitio con todos los elementos que lo componen, en la naturaleza, en la vida que transcurre ininterrumpidamente, y es así que siendo uno con el todo, el pensamiento podrá expresar las ideas que se convertirán en formas.

Esta conciencia de Dios, presente en cada uno de nosotros y en todo lo creado, es el punto de partida del acto creador donde nos hacemos uno con el todo. El tiempo desaparece, estamos en la dimensión de lo eterno. Cuando hablamos de algunas obras arquitectónicas atemporales nos referimos a ellos, a obras que han trascendido el tiempo para anclarse en un eterno presente, independientemente de sus estilos o elementos constructivos. El arquitecto, más allá del proyecto de una casa o de un edificio, está siendo parte del proceso ininterrumpido de la creación universal, donde la obra que se inserta en cada momento presente, genera una nueva situación que se alimenta de los elementos, y del espíritu que la precedieron, generando un constante proceso dinámico.

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